lunes, 4 de abril de 2016

CAROLINA CORONADO





Hacia 1855. Óleo sobre lienzo, 65 x 54 cm.
Victoria Carolina Coronado nació en Almendralejo (Badajoz) el 12 de diciembre de 1820. Pronto se trasladó a la capital pacense, donde recibió una educación liberal basada en el estudio de idiomas, música y canto. De exquisita sensibilidad, desde muy temprano demostró unas dotes excepcionales para la poesía intimista, a la que se dedicó de lleno como abanderada de los ideales liberales y románticos de la época que preconizaban tímidamente la dignidad y la instrucción del género femenino. A esta beligerancia responden, entre otros, los versos de su poema Libertad, concebidos para espolear la condición ancestral del destino de la mujer: ¡Libertad!, ¿qué nos importa? / ¿qué ganamos, qué tendremos? / ¿un encierro por tribuna / y una aguja por derecho?, o aquellos cantos a la solidaridad del sexo femenino en el símil poético de las flores que enlazan sus raices / a la planta compañera, / y viven en la ribera / sosteniéndose entre sí.Además de sus Poesías, publicadas en 1843, 1852 y 1872, escribió también novela y obra teatral, de escaso éxito. Admirada por la corte y la intelectualidad, instituyó a su llegada a Madrid, un cenáculo literario y musical en su casa de la calle Alcalá y posteriormente en la calle Sagasta, al que acudían intelectuales, artistas y políticos atraídos por el subyugante ambiente que su presencia y la de su esposo, el diplomático americano Justo Horacio Perry Spragne, despertaban. El destino fatal que acompañó a muchos de los poetas románticos, también hizo mella en la escritora, afectada desde su juventud por catalepsia crónica que la llevaría a padecer muertes aparentes que en alguna ocasión dieron origen a versos y sentidas necrológicas publicadas en la prensa. Falleció en su palacio de la Mitra, en el lisboeta enclave de Poço do Bispo, el 11 de enero de 1911. Ya enferma, la retrataría Federico de Madrazo alrededor de 1855 de busto corto en uno de los más bellos testimonios de la retratística psicológica del pintor, al incidir sobre el rostro de la escritora del que afloran sentimientos que reflejan la profundidad de un alma herida por el reciente fallecimiento de su hijo primogénito. De perfil y vuelto el rostro hacia el espectador, destaca con entonada iluminación su ensoñadora y a la vez decidida mirada que aúna a un rictus de melancolía en la contenida sonrisa que evocan sus labios. Enlutada, cubre parcialmente su cabeza con una mantilla de encaje que deja ver las ondas de su cabello adornado con una trenza natural, subrayando con un punto de luz la transparencia del encaje blanco y la intensidad del terciopelo negro que ribetea su camisa interior. A la escasa paleta cromática desarrollada, entroncada en la más pura tradición nacional barroca, aúna también el pintor el recurso de la mano que sujeta el abanico asomando por encima de la natural enmarcación, en contraste con la suave degradación tonal que cierra de forma difusa el fondo del retrato en sugerentes formas que evocan paisajes de corte romántico (Texto extractado de Gutiérrez, A.: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla. Museo Nacional del Prado, 2007, p. 136).(Texto e ilustración del Museo de El Prado, Madrid).
Sobre la exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid FolletoExpoCarolinaCoronado

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